Lenguaje Oral

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El Lenguaje Oral en la Educación Especial

Durante incontable tiempo se ha pensado que un bebé era un ser totalmente pasivo al que, sobre todo, se le debía procurar un bienestar respondiendo a sus necesidades básicas: alimentación, sueño, limpieza, calor. Desde hace algo más de veinte años se han realizado múltiples estudios sobre niños criados en las condiciones correctas con respecto a lo concerniente a los cuidados vitales esenciales, pero particularmente insuficientes en cuanto a contactos humanos, según sabemos ahora, ya que se llegó a un descubrimiento que en la actualidad es una evidencia: el niño no se desarrolla de una forma óptima si los cuidados de los que es objeto se limitan a cumplir sus necesidades vitales esenciales.

El desarrollo del niño no es idéntico según este sumergido en el marco de una vida familiar calurosa o inmerso, desde el nacimiento, de manera más o menos continuada, en más o menos continuada, en unas condiciones de medio ambiente insuficientes (niños recogidos en casa-cuna, los que viven con nodrizas que no les aseguran sino el mínimo estricto de atención alimenticia…).

Las consecuencias del desarrollo del niño defieren según hay sido sometido, desde el nacimiento, a condiciones desfavorables o dentro de unas condiciones de desarrollo normal al principio, pero que secundariamente haya  conocido un medio desfavorable. En el primer caso, esquematizado en extremo, se observa que estos niños son menos despiertos y que la mayor parte de la adquisiciones son más lentas, en particular las del lenguaje oral. En el caso del niño que ha conocido un medio normal serán las situaciones traumatizantes bruscas las que puedan entrañar reacciones de angustia aguda; el niño puede encontrarse bruscamente separado de su medio habitual y situado en un marco nuevo, desconocido, sin poder reencontrar las pautas elaboradas hasta el momento (por ejemplo, separación por enfermedad de la madre, por un accidente, por un óbito o cuando el niño mismo debe estar hospitalizado de urgencia o desplazarse lejos del marco familiar).

Estas observaciones nos llevan a preguntarnos acerca de la naturaleza de los hechos que se suceden y que hay que considerar aparte de las necesidades vitales esenciales. Intentaremos exponer, a través de algunos ejemplos muy triviales, en que consiste la diferencia.

Situación favorable.-

Se cambia al bebé. La madre observa que el niño se ha despertado; le habla; provoca su interés por las carantoñas, sonrisas, mímicas; le incita a extender los brazos, lo toma, lo transporta con dulzura. Cuando ya lo ha desembarazado de su cuna y lo ha limpiado, bien empolvado, el niño extiende sus piernas, realiza movimientos de pedaleo que la madre estimula; juega con sus manos, ella atiende a sus vocalizaciones, juega con él a emitir arrullos, se intercambian risas y sonrisas, le ínsita para ensayar nuevas posiciones: apoyado sobre el vientre; el niño eleva su cabeza ¡bravo!, le estimula. Todo esto se realiza aunque dure tan solo unos minutos; el momento del cambio de ropa es una situación privilegiada, ya que en este tiempo, madre y niño siente el placer de mutuos intercambios que ponen en juego numerosas esferas de conducta, sensaciones corporales, motricidad, fenómenos vocales y asociaciones audiovocales.

Situación negativa.-

El mismo tema. Se cambia al bebe. El adulto lo saca de su cuna en el momento que le conviene: es la hora; el transporte se realiza sin comentarios; a menudo, los contactos corporales son neutros o inexistentes; ni placer ni no-placar y, a veces, desagradables; se seca al niño con gestos bruscos, a sacudidas; el adulto ignora el ritmo propio del bebé. No pasa nada que sea el acto mismo del cambio. No se utiliza nada en la presencia del niño frete al adulto; el niño puede emitir sonidos pero nada le responde; su cara mira errante o fijamente el techo; no adquiere el hábito de curiosear en el rostro del adulto; este rostro no le sugiere nada, no expresa nada. No ocurre nada. No hay ninguna comunicación, ni vocal, ni corporal, ni efectiva; ningún cambio. El niño, que permanece distante del adulto, no solicita nada.

Esto dos ejemplos, muy triviales y algo cariturescos, no necesitan comentarios. Es evidente que el segundo tipo de situación no queda restringido  los niños criados en comunidad o con nodrizas; hay madres que, eventualmente, desempeñan este papel de interlocutores ausentes, mientras que una nodriza o puericultora que hacer el papel del adulto del primer ejemplo.

Comunicación verbal y no verbal.-

Si se desea analizar más y mejor lo que acontece en estos momentos “privilegiados” de contacto con el niño hay que considerar también el lenguaje oral.

Se trata de establecer una comunicación con el niño en un tono de placer mutuo: comunicación no verbal al principio, y después, a medida que se va desarrollando mayor comunicación, está ya se convierte en comunicación verbal. Los cambios deberán ser múltiples desde el comienzo; verbales y no verbales.

Los estímulos para un mejor lenguaje oral.-

Se trata, también, de potenciar las posibilidades del niño a través de los innumerables estímulos que estén en relación con su bagaje sensorial y sensorio motriz. Sabiendo cuan importantes son estos hechos en la educación del niño sordo, es preciso detenerse un poco en este problema.

Se sabe que ciertas reacciones son reflejas: se observa al niño desde los primeros días y aun desde las primeras horas de su vida; estas son independientes del comienzo de todo aprendizaje. El niño, ya en las primeras horas de su vida, reacciona frente a un ruido importante. Desde el tercer o cuarto día capta un objeto y lo sigue con la mirada de manera intermitente y entrecortada; luego efectuara un movimiento con la cabeza para así ayudarse mejor en su cometido.

Se comprueba, pues, indiscutiblemente, que ciertas estimulaciones provocan, muy precozmente, una serie de reacciones en el niño. A medida que crece, todo sucede como si existiese una verdadera necesidad de estimulaciones, tal como ocurre en el bebé animal; los ositos y monos presentan, desde muy jóvenes, un reflejo de sacar la garra y tienen necesidad de una protección maternal para agarrarse y frotarse; en otras especies, los “bebés” sienten la necesidad de contactos epidérmicos específicos (frecuentemente, necesidad de relamerse, como en el caso de los gatitos) para crecer son anomalías.

Estas comprobaciones concuerdan con ciertas investigaciones y trabajos experimentales que demuestran la importancia de las estimulaciones para el desarrollo de cada una de las vías perceptivas.

Con respecto a las experiencias de privación sensorial, es decir, de supresión de una función sensorial, como la audición o la visión, ocurre que los centros nerviosos cerebrales, que son los que ordenan estas funciones (situados en el Córtex temporal para la audición y en el Córtex occipital para la visión), no presentan un desarrollo histológico normal, como cuando los influjos nerviosos llegan, a través del nervio acústico o por el nervio óptico, procedentes de los receptores periféricos, órgano de Corti y retina.

Si la privación se mantiene, se observa una verdadera atrofia de los centros nerviosos. Si, por el contrario, se anula por un medio u otro, estos influjos nerviosos estimulan las células de los centros y estas últimas renuevan su función.

Etas observaciones experimentales son corroboradas por una serie de estudios clínicos realizados en niños afectados de hipoacusias severas o sorderas profundas y que no usan audífono; en estos niños; los “restos auditivos” o serán utilizables por el sesgo de una amplificación de la prótesis acústica más que a partir de una cierta edad, parecido lo que ocurriría en el caso de un niño ambliope (portador de un ojo “funcionalmente muerto”).

Una vía preceptiva no utilizada no solo no se desarrolla, sino que se atrofia. Las estimulaciones de las que se aprovecha el niño desempeñan un papel no solo de información, sino de formación: formación de una función perceptiva fundamentada en las estructuras anatómicas que mantienen el funcionamiento.

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